viernes, 16 de noviembre de 2007

Félix

Mamá Mirta se la pasaba murmurando goy puta mitad en idish, mitad en matancero cada vez que Félix llegaba con la valija vacía y el saco pidiendo un nuevo pitucon.
Mamá Mirta era mamá, pero le deciamos Mamá Mirta para diferenciarla de Mamá Olga, la mamá de mamá, que nos cuidaba cada vez que los murmullos se volvían gritos, porque cuando en casa se gritaba, se gritaba en serio.

Félix era papá, pero nunca le dijimos papá. Era viajante y estaba tan poco en casa, y cuando estaba lo veíamos tan poco, que nos acostumbramos a decirle como le decían todos los que venían a buscarlo a la casa de Ramos. El almacenero golpeaba las manos ¿Está Félix?, el señor del bar frente a la plaza ¿Está Félix?, el viejo de la esquina que vendía ballenitas y billetes de lotería ¿Tá Félix?. Tanto buscarlo, y tanto no encontrarlo, terminó siendo Felix a secas.

Un mediodía que veníamos con mi hermano Roberto pateando bolitas de paraíso después de la escuela, encontramos a Félix a mitad de camino, transpirando con un bulto blanco peludo debajo del brazo.
Nos moríamos de curiosidad por preguntarle qué era eso que llevaba quietito debajo del sobaco, pero no lo hicimos. Seguimos camino los tres y el bulto blanco peludo juntos, pero con Roberto dejamos de patear bolitas para apurar el paso.

Ni bien entramos en la cocina, Félix llamó a Mamá Mirta y con un mirá que les traje a los pibes gringa, depositó el bulto peludo blanco sobre el piso

Y ahi le vimos los ojos rojos, y las orejas largas. El bulto peludo blanco era un conejo. Mamá Mirta lo miró como miraba al verdulero cuando le metía dos papas con brotes en el kilo, pero no dijo nada.

Félix nos preguntó ¿cómo le quieren poner?.

Roberto miro directo a los ojos rojos, me miró y dijo: Félix

Mamá Mirta se acercó, la mano tensa lista para el cachetazo de revés, pero Félix la frenó despacio y le dijo: dejálos.

Asi esa tarde se fue Félix de nuevo de gira con la valija llena y pitucon zurcido y llegó el otro Félix a casa.

El Félix peludo no hacía mas que comer, cagar y tirar las orejas para atrás, se parecía bastante al Félix primero. Pero a Roberto y a mi la rutina nos entretenía. Llegábamos de la escuela, pasábamos directo al fondo, y ahi entre el alambre tejido robado al campito vecino, mirábamos a Félix comer, cagar y tirar las orejas para atrás.

Lo de comer y cagar, mas o menos lo teniamos claro. Lo que entra sale decía Mamá Olga y asi era también con Félix. Pero lo de tirar las orejas para atrás nos tenía intrigadísimos. Sólo habíamos escuchado decir a Mamá Mirta cuando pone las orejas asi, no lo toquen.

Una tarde de siesta en esas que no podíamos escapar a la calle porque el viento soplaba por los cuatro costados, los pelos se enredaban y la pelota giraba en el lugar, estábamos encerrados jugando a leer las manchas de humedad del techo cuando sonó el telefono.

Vimos a Mamá Mirta pasar rápida de la pieza al comedor, y después solo escuchamos los gritos en idishe félix te mato goy ppputa escupidos al tubo

Entonces Roberto me tiró del brazo y salimos por la puerta de la cocina derecho al fondo. Y ahi estaba el otro Félix, los ojos entrecerrados, las orejas para atrás.

Roberto lo miró, me miró, y acercó la mano al alambre. No pude ver nada mas, el viento soplaba fuerte y los rulos me tapaban la cara, pero el grito lo oíNo era Mamá Mirta, mitad en idishe, mitad en matancero, era Roberto.

Roberto gritaba y yo veia todo rojo, los ojos rojos de Félix y la mano roja de sangre de Roberto.

Corrimos adentro, Mamá Mirta que seguía llorando y gritando al lado del teléfono colgado, nos vio primero a los dos, después vio la mano de Roberto, la sangre manchando el piso y nos pasó de largo como si fueramos transparentes, derecho a la cocina.

La seguimos y el camino de ida y vuelta se marcaba con la sangre de Roberto que habia dejado de gritar y solo lloraba. Mamá Mirta no estaba en la cocina pero la puerta de mosquitero se azotaba por el viento.

Corrimos al fondo, el pasto verde contra la sangre roja y Mamá Mirta, cuchilla en mano, de un solo tajo degollando a Félix.

La noche de esa tarde sangrienta nos comimos a Félix en guiso,
del otro Félix no supimos nada más.

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