martes, 24 de marzo de 2009

brillos distantes

Se siente así como en tus diez, cuando llegó tu tío con una bolsa de cañitas voladoras la tarde del 24.

Hasta esa navidad no te habían dejado jugar mas que con unas estrellitas que alumbraban menos que los bichitos de luz (¿ya no hay más? en Glew no se consiguen ni en las zanjas, se fueron con el loco Gómez y los naranjú, difícil explicarle a un pibe qué era un bichito de luz).

Te pasaste toda la comida contando con los dedos como pianito los minutos que faltaban para que llegaran las doce. Te aguantaste patear a tu hermana por debajo de la mesa, dejaste las etiquetas del vino sin despegar y comiste hasta el budín de arroz seco que preparaba tu vieja con tal de que no hubiera nada que empañara el momento.

Se hicieron las doce y lo viste a tu tío ir con la bolsa para la vereda. No corriste detrás porque no querías mostrarte taaaan contenta, porque sos así, se quiere hacer la durita decía la maestra.
Te acercaste despacio y esperaste que encendiera la mecha. Y encendió. La brasa colorada trepando por el hilo parecía que te iba quemando la panza, que ardía desde hacía un rato.
La cañita lanzó un silbido que te asustó, cerraste los ojos y te perdiste el despegue. Rápido, miraste al cielo buscando la luz que era tuya, pero no viste nada, sólo humo.
Los intentos fueron vanos. Ninguna de las diez cañitas que había en la bolsa, brillaron esa noche.

-Están falladas, será la próxima- te dijo tu tío mientras se encendía un pucho y miraba los brillos distantes de los fuegos que tiraban desde la municipalidad.

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