miércoles, 3 de octubre de 2007

El miracolo de la rusticana

Anoche regresaba a casa desde la academia de licencias licenciosas (la amiga Meki gusta de esta denominación, dice que dan ganas de ir) y al llegar a la esquina me cruzo en medio del picado nocturno, el tradicional de los jueves.
En mi barrio de adopción las veredas son anchas y las casas vienen resistiendo (cada vez menos) al avance de las torres con SUM y ficus en el palier. Esta resistencia permite el libre albedrío de los pibes tras la redonda a cualquier hora.
Pero el picado de jueves en esa esquina tiene condimentos. Los protagonistas no superan los 12 años y viven en la casa tomada al lado de la YPF. Los balcones de la casa ofician de tribuna, comienzan a ocuparse tipo ocho, generalmente por tres señores muy flaquitos, los tres de gorra blanca y remera de Chaca, y un señor gordo que tiene el termostato clavado en 45, siempre en musculosa de Boquita.
Los pibes juegan hasta la una, a esa hora las escupidas de cerveza ya empantanan las baldosas por demás, la pelota no dobla, y la cumbia truena desde el Aiwa que se ve farolear en la puerta gracias a, por lo menos, 20 metros de alargue zapatilla.

Anoche venía pensando en andá a saber qué, y pegué el giro en la esquina sin acordarme del famoso encuentro. Cuando me avivé, ya estaba en el círculo central y vi a uno de los pibitos mirarme fijo entre el flequillo y patear. La gastada venía derecho hacia mi. Aquellos que conocen de mi paso fugaz por los deportes, saben que no soy una virtuosa, mas bien una jugadora rústica, que mete pero no la pisa en una baldosa.

La pelota seguía su marcha firme hacia mi y en la cancha improvisada hasta el aliento de los pibes quedaba congelado en el aire, ya no sé si por el frío o por la apurada que me plantaban en plena cara. Pensé a guapo, guapa y media y ahí la derecha la paró en seco como si supiera, con la cara interna de la converse la adelantó un toque, el suficiente para cambiar el peso del cuerpo y que la zurda sacara un cañonazo al ángulo.

Silencio, el pibito autor del desafío se quedó duro, el arquero la vio pasar como Tatú al avión en la isla de la fantasía. Gol. Acomodé la cartera y los apuntes y avancé, llave en mano entre las caritas de sorpresa.Hasta que desde el balcón, con la voz repleta de tablón, el gordo en musculosa se mandó:

qué calidad, mamita!

Contraseña suficiente para que los pibes arrancaran a silbar y aplaudir.

Don O. cerraría con un: Emma, los vecinos, la redonda

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