jueves, 26 de julio de 2007

La Secta del Venao

Camino por Cañitas, domingo 6 am, y esquivo a los que vienen de vuelta, a los que no quieren que termine.
El rimel corrido y el paso zigzag son siempre lindos de ver. Pero me quedo con las puertas de los restaurantes, las puertas traseras ocultas detrás de alguna maceta y a las que llegás siguiendo el rastro de grasa de la última bolsa arrastrada.
Y recordé esas noches de horno y ansiedad, comanda engrasada y ojitos dulces al bachero para lograr que me bajara el cajón de cubiertos, siempre en el estante más alto, siempre el cajón más pesado.
Noches de aplacar el sofocón en la terraza recién después de las tres, en bombacha entre los tubos del aire y los tanques de agua. Espiar asi desde lo alto el desfile de figuritas sobre el deck, donde hacía un rato yo había transitado en media sombra.
Se me vino el diez por ciento de las propinas que me mantenía en paz con Giuliano y sus huestes peruanas, los verdaderos dueños de la cocina muy a pesar del chef, hijo renegado del corredor norte.
Giuliano y sus secuaces, autoproclamados la secta del Venao*, los lunes de franco me invitaban a la pensión de Constitución. Yo pagaba contenta el peaje de catorce Quilmes Cristal con tal de escuchar de sus historias de surf en patas en La Herradura, y después de las 14 y algo más, sus llantos silbados con ojitos chinos por el amor de entretiempo entre Giuliano y la puta cruzando la calle Brasil.
El tiempo pasó, el diez por ciento también y las birras las empezaron a invitar ellos. Todavía guardo la lapicera finoli que me regalaron cuando terminé, en la escuela de los impostores, uno de los oficios más viejos del mundo (alguna vez estudié periodismo, alguna vez me recibí también, pero esa es otra historia).
Pateo las últimas cuadras cuando escucho el silbido agudo, la señal del Venao. Giro pensando que no iba a encontrar nada, que era todo parte del mismo viaje, pero no.
El Gordo Marcelo, el más joven de la secta, se asomaba de una puerta. Me acerqué y nos saludamos como siempre, de lejos. Me contó que por fin Giuliano había rescatado a su puta del piringundín de la calle Brasil y vivía en una casa con jardín en Berazategui.

* El venao peruano es una especie emparentada con el gorreao sanjuanino y el cornudo local

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